Arawana propone ejercitar la plena conciencia corporal a través de un “Dueto conversacional”, una forma de diálogo sin palabras, en una combinación de movimiento y quietud, para cualificar o elevar el lugar desde el que percibimos. Para ello se trabaja con un socio, en una evolución de nuestro cuerpo que sea consciente de su presencia, que articule un tipo de diálogo corporal no planificado. Se trata de operar, no desde nuestra “burbuja” individual separada ni desde una posición de observadores, sino desde el lugar compartido de la danza común. Nos lleva a expandir nuestra consciencia para incluir a la otra persona y al espacio en el que tiene lugar la danza. Hay que superar una conversación limitada por “la voz del juicio” (lo que está bien o no lo está, lo que es posible o no lo es) para implicarnos en un diálogo con sentido de curiosidad, expectación y apertura a la sorpresa ¿no es interesante lo que está sucediendo? Co-creamos así una danza única e irrepetible.
Cada pareja decide quién comienza en primer lugar, de forma que el primero hace un movimiento – “frase”- que termina con una forma final en quietud. Entonces, ambos crean un vacío o espacio de quietud para hacer consciente lo ocurrido, de forma que quien ha escuchado el movimiento hace consciente lo que “siente”, y no sólo lo ve. A continuación, la otra persona hace su movimiento –frase- y se crea una nueva pausa que da pie al nuevo movimiento –frase- de la primera persona y así sucesivamente, de forma que ambos llegan a familiarizarse con el vocabulario y naturaleza de los movimientos y corporalidad del otro. Una vez que se ha creado esa base de sentimiento común, ambos bailarines pueden simultáneamente decir sus frases de forma que crean un movimiento juntos, una danza que les es propia. Esta práctica puede durar 5-7 minutos hasta terminar en un estado de quietud o postura final.
Para profundizar en el sentido del diálogo, esta práctica propone una forma de conversación en movimiento. Y es que muy a menudo nos vemos enganchados por el contenido de las conversaciones verbales hasta perder el sentido de relación y totalidad, la fuente compartida, lo que resuena en nosotros y la conectividad. Al prescindir de las palabras y de una finalidad explícita, podemos elevar nuestra forma de percibir y responder. Y es que, al no estar habituados a expresarnos con nuestros movimientos, al ser principiantes, no podemos ocultar nuestra vulnerabilidad, no actuamos encasillando al otro tan fácilmente, no tratamos de controlarlo, sino que estamos más abiertos a maravillarnos de su manera de ser persona.
El sentido de vulnerabilidad, el “no saber” permiten una apertura real y una comunicación genuina. Esta práctica nos anima a jugar, a aprender a sentir “el campo”, el espacio compartido en el que tiene lugar la danza, a confiar en el proceso que emerge sin control, y que es legítimo en su expresión profunda. Podemos preguntarnos ¿cuál es la naturaleza de esta danza que creamos juntos? ¿Qué nuevos descubrimientos puedo hacer de ella sobre mí mismo y sobre la otra persona?